Las esnofias

Nieva intensamente. Les ha sorprendido la noche sin ningún lugar donde refugiarse. Solo la espesura de los árboles les protege. Están agazapados entre rocas. Expectantes. En cualquier momento aparecerán y tendrán que enfrentarse a las esnofias, criaturas terribles de una corpulencia formidable que se mueven increíblemente rápido y cuyo único propósito es cazar y despedazar a sus presas. Solo son dos y ellas vendrán en grupo numeroso. Telémaco y Arquímedes son dos chicos intrépidos, diestros con la espada y hábiles hechiceros, a pesar de ello, saben que tienen escasas posibilidades de sobrevivir. Pocos dóranembianos han logrado salir con vida de un ataque directo de las esnofias. 


Arrodillado en la nieve, parapetado tras un gran peñasco, Telémaco percibe el terror que domina a su amigo Arquímedes, el mismo que siente él, aunque trata de ocultarlo. Hasta donde recuerda, han estado siempre juntos metidos en todo tipo de líos y aventuras. Es dos años más joven que él, más delgado y un poco más bajo. Siendo mayor que él, siente que tiene la responsabilidad de protegerlo, así que hará todo lo posible por sacarlo de este apuro. Sin embargo, sabe que, tras su rostro aterrorizado de grandes ojos marrones de mirada vivaz e inquisidora, se esconde una gran fuerza vital y una inteligencia inusual y, llegado el momento, sabrá afrontar el peligro. 

Le sacude la nieve del pelo, una mata rubia de rizos indomables, tratando de transmitirle serenidad, pero Arquímedes da un brinco sobresaltado. 

–Tranquilo Arquímedes, soy yo–.

–¡No vamos a salir vivos! Nos van a dar caza y matarnos–, susurra aterrorizado Arquímedes evitando alzar la voz para no ser oído.

–Confía en mí. Te prometo que saldremos ilesos–, dice Telémaco intentando transmitirle seguridad.

Arquímedes le mantiene la mirada. Indeciso. Pero capta el brillo que destellan sus pequeños ojos azules achinados que muestran su mente en pleno rendimiento valorando todas las posibilidades. Telémaco tiene razón, su prudencia les ha salvado en multitud de ocasiones, y sea cual sea el peligro, no cesará hasta encontrar una solución.

–Ya están ahí, ese hedor, …, están cerca–, dice Telémaco con la voz temblorosa al captar el característico olor nauseabundo que las precede. En cualquier momento aparecerán. –¡Ahora!–. Apremia a Arquímedes. Y dibujando un círculo en el aire con la mano conjuran Dertex Saerum. Aunque el hechizo de invisibilidad les dará algo de ventaja, las esnofias acabarán percibiendo el olor de su sangre. Pero cuando suceda, el grueso habrá pasado de largo y con suerte quedarán tan solo una o dos en la retaguardia. 

Lo oyen. Un ruido amortiguado de pisadas cada vez más próximas hundiéndose en la nieve. Están a escasos metros. De pronto sienten un golpe por encima de sus cabezas que les hace inclinarse instintivamente hacia atrás. Alzan la vista y ven una esnofia sobre la roca tras la que se han ocultado.  Controlan el terror que les atenaza. La esnofia no parece haber advertido su presencia. Está observando más allá, entre la espesura del bosque, olisqueando, las garras arañando la superficie rocosa. Súbitamente, inclina la cabeza y se queda mirando en la dirección en donde están ellos. Arquímedes hace un amago de salir corriendo, pero Telémaco lo detiene para evitar ser descubiertos. La esnofia se acerca más, olfateando a escasos centímetros de sus caras. De pronto da un salto increíble y desaparece entre los árboles. Exhalan aliviados y recuperan el aliento. Ven pasar al resto a gran velocidad. Casi no se las oye, tan sólo se percibe el rumor de una ráfaga de viento. Son extremadamente silenciosas.

–¿Se han ido?–, pregunta Arquímedes todavía susurrando, después de un rato sin oír ningún ruido sospechoso. 

–No estoy seguro, pero tenemos que ponernos en marcha ya–, contesta Telémaco mientras se incorpora con cautela sacudiéndose la nieve que le cubre la corta melena rubia. 

Arquímedes sigue en el suelo, incapaz de moverse. Levanta la vista y por alguna extraña razón, a pesar de que aún corre un grave peligro, la sola presencia de su amigo, más fuerte y alto que él, el perfil característico de un dóranembiano, con su perfecta nariz recta y afilada, y esa serenidad en el contorno de la cara, le tranquiliza. 

Se levanta y el hechizo se desvanece. 

Permanecen de pie. 

Escuchando. 

No oyen nada. 

–¿Y ahora qué?–, pregunta Arquímedes. –No hay ningún lugar próximo donde podamos ocultarnos y, por mucho que corramos, en cuanto las esnofias detecten nuestro rastro nos darán alcance, son mucho más rápidas que nosotros–. 

–Mi casa es la más cercana, si llegamos antes de que den con nosotros estaremos a salvo–.

–Pero es imposible que lo logremos, nos llevaría casi toda la noche. Nos descubrirán mucho antes–, contesta Arquímedes asustado. –Tiene que haber otro sitio–.

Telémaco se queda pensativo. Recorriendo mentalmente todos los rincones del bosque que les rodea tratando de encontrar un lugar en el que refugiarse. 

–Quizá si nos subimos a un árbol lo suficientemente alto, …–, dice Arquímedes dudando de su propia idea. 

–¿Subirnos a un árbol alto? …– dice Telémaco hilando una idea y de pronto se le iluminan los ojos. –¡Claro, el valle de Maretmian! No está lejos y una vez allí, los marmeris nos protegerán, son mucho más grandes y fuertes que ellas, así que se lo pensaran antes de atacarnos. Es la única salida que tenemos–.

–Adelante entonces–, dice Arquímedes entusiasmado recuperando el coraje y la alegría que le caracteriza.

Emprenden una endiablada carrera entre los árboles. Se mueven ligeros por la nieve, apenas se hunden. Telémaco va en cabeza, se orienta con facilidad a pesar de la oscuridad y la poca visibilidad de la intensa nevada. Conoce bien el bosque de Nortendiam. Arquímedes, aunque no tiene el físico atlético de Telémaco, es muy ágil y sigue sin problemas el ritmo frenético que imprime su amigo. 

Ya están cerca, distinguen el rugido profundo y grave que emiten los marmeris. 

–¿Telémaco, lo oy …?– 

–¡Arquímedes!–, grita Telémaco girándose esperando lo peor. Ve a Arquímedes tumbado de espaldas en el suelo. Una esnofia salta sobre él con la garra levantada a punto de despedazarle. 

–Verit Verk Denum–, grita Arquímedes y un haz de luz granate sale proyectado de su mano lanzando a la esnofia contra los árboles.

Telémaco se abalanza sobre ella esgrimiendo la espada. Descarga una estocada que solo la hiere en el brazo. La esnofia se levanta rápidamente y le da un zarpazo que consigue detener, pero el impacto es tan fuerte que lo lanza violentamente por los aires. Cae pesadamente al suelo y queda aturdido. La esnofia salta sobre él, pero Arquímedes se interpone entre ambos. Conjura Ludem Exerum y de la mano izquierda emana una luz intensa que ciega momentáneamente a la esnofia. Momento que Arquímedes aprovecha para asestarle una estocada que le atraviesa el corazón. La esnofia cae fulminada al suelo. 

Se inclina sobre Telémaco. –¿Éstas bien? ¿Te ha herido?–.

–Estoy bien, no es nada, me he golpeado en la cabeza al caer, …, y tú, ¿qué ha pasado?–.

–La esnofia apareció de repente, pero por suerte sentí su garra acercándose a mi cabeza, así que me agaché y la esquivé y, mientras me giraba, le lancé el hechizo–. 

Telémaco le mira perplejo. –Ha sentido el ataque de la esnofia–, se dice a sí mismo. 

–¿Pasa algo?–, pregunta Arquímedes.

–No, nada, sigamos, todavía no estamos fuera de peligro. En cualquier momento pueden aparecer más. Tenemos que darnos prisa–.